Nunca
imaginó que con 29 años trabajaría de autobusero y cuando empezó jamás pensó
que ser autobusero le sorprendería tanto. Veía pasar a mucha gente a lo largo
del día. Subir, bajar. Caras anónimas, desconocidas, que pagaban o picaban un
billete comprado previamente. Hola. Buenos días. Buenas tardes. Siempre con
educación. No sabía el nombre de quién subía y los que subían no conocían su
nombre. Era una rutina diaria. Casi nunca recordaba los rostros de un día para
otro. Pero había uno que no olvidaría nunca.
La
veía subir y bajar cada día. Compartía espacio con ella durante veinte escasos
minutos pero no podía estar pendiente de ella. Subía siempre a la misma hora.
Con una mochila de lona de color granate oscuro. La vio por primera vez en
septiembre, aun hacía calor, así que llevaba camisetas de manga corta. Pero
cuando llegó el otoño y el frío, siempre llevaba una chaqueta roja y un fular.
No era siempre el mismo. Solía llevar fulares distintos. Los que más le
gustaban eran uno blanco, con cenefas negras, y otro igual al anterior, pero en
lugar de blanco, amarillo. Siempre iba sencilla. No llevaba maquillaje y
llevaba el pelo suelto y largo, ligeramente ondulado, se lo peinaba con la raya
a un lado. No era la mujer más hermosa del mundo, y ni siquiera podía presumir
de curvas, pero a él se le antojaba perfecta. Con sus tejanos, sus camisetas de
algodón, su chaqueta roja y su fular. Había intentado ponerle nombre. Pero
ninguno acababa de encajarle.
Cada
día, cuando llegaba a la parada en la que ella subía se convencía de que aquel
día le hablaría. Le preguntaría su nombre. Pero nunca lo hacía. Ella siempre
subía, picaba el billete, lo saludaba sonriente, educada y se sentaba en algún
asiento libre mientras el arrancaba el autobús de nuevo y cada uno seguía su
camino. Anónimos, desconocidos.
Suena: Zahara - Con las ganas
@SrtaAdler
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