miércoles, 20 de agosto de 2014

Hey, brother...

Llevo catorce años de mis veintidós vividos (más de la mitad de mi vida) aguantando a un mono que corretea por mi casa como si el mundo fuera suyo. No recuerdo ser hija única, no recuerdo los años anteriores al nacimiento de mi hermano... Nació cuando yo tenía siete años y pico y para mi fue algo muy digno de recordar, tanto que merecía borrar pasados recuerdos y retener solo la primera vez que vi a mi hermano en el hospital.

Lo cierto es que desde que nació mi hermano pequeño todo cambió en casa, seguro. Dejé de ser la única preocupación de mis padres, dejé de ser el centro de atención para mis abuelos y tíos maternos, dejé de ser la pequeña de la casa... Y mi lugar lo ocupó mi hermano.

He de decir, sin embargo, que a diferencia de otras niñas o niños que se sentían celosos de sus respectivos hermanos, yo estaba contenta de tener a alguien más pequeño que yo en casa. Alguien que se llevara las atenciones, alguien a quién cuidar...

Y ahora, a mis veintidós años y tras catorce conviviendo con mi hermano, miro atrás, veo fotos de él de pequeño, y le miro a él y, pese a que a cambiado y ahora está en plena edad del pavo (con todo lo que eso conlleva...) puedo asegurar que no hay nadie más importante en mi vida que él...
Quizá sea algo absurdo, pero quería plasmarlo, para que consten las pruebas.


martes, 19 de agosto de 2014

Anónimos.

Mi constancia es digna de mención. Lo sé. Digna de mención negativamente, como es obvio. Pero aquí estoy otra vez, y no sé cuando volveré a aparecer. Pero algo es algo, ni siquiera recuerdo si este lo colgué en el blog anterior... 

Nunca imaginó que con 29 años trabajaría de autobusero y cuando empezó jamás pensó que ser autobusero le sorprendería tanto. Veía pasar a mucha gente a lo largo del día. Subir, bajar. Caras anónimas, desconocidas, que pagaban o picaban un billete comprado previamente. Hola. Buenos días. Buenas tardes. Siempre con educación. No sabía el nombre de quién subía y los que subían no conocían su nombre. Era una rutina diaria. Casi nunca recordaba los rostros de un día para otro. Pero había uno que no olvidaría nunca.

La veía subir y bajar cada día. Compartía espacio con ella durante veinte escasos minutos pero no podía estar pendiente de ella. Subía siempre a la misma hora. Con una mochila de lona de color granate oscuro. La vio por primera vez en septiembre, aun hacía calor, así que llevaba camisetas de manga corta. Pero cuando llegó el otoño y el frío, siempre llevaba una chaqueta roja y un fular. No era siempre el mismo. Solía llevar fulares distintos. Los que más le gustaban eran uno blanco, con cenefas negras, y otro igual al anterior, pero en lugar de blanco, amarillo. Siempre iba sencilla. No llevaba maquillaje y llevaba el pelo suelto y largo, ligeramente ondulado, se lo peinaba con la raya a un lado. No era la mujer más hermosa del mundo, y ni siquiera podía presumir de curvas, pero a él se le antojaba perfecta. Con sus tejanos, sus camisetas de algodón, su chaqueta roja y su fular. Había intentado ponerle nombre. Pero ninguno acababa de encajarle.


Cada día, cuando llegaba a la parada en la que ella subía se convencía de que aquel día le hablaría. Le preguntaría su nombre. Pero nunca lo hacía. Ella siempre subía, picaba el billete, lo saludaba sonriente, educada y se sentaba en algún asiento libre mientras el arrancaba el autobús de nuevo y cada uno seguía su camino. Anónimos, desconocidos. 

Suena: Zahara - Con las ganas

@SrtaAdler